Lo que en Estados Unidos se puede entender como una constante presión pública, en este caso para vencer la gordura con una píldora mágica, en Europa no tiene al parecer el mismo impacto.
Aludo a los dos medicamentos aprobados por la FDA (Food and Drug Administration) el año pasado: Belviq (lorcaserina), que provee un beneficio del 3 – 3.7% (¡!) para bajar de peso comparado con placebo y Qysmia (combinación de fentermina con topiromato, ambos con efectos de suyo), con un beneficio estimado en sólo 6.7% contra placebo.
El precedente es aquella trágica experiencia – que derivó en su prohibición en 1997 – del uso de fenfluramina y dexfenfluramina, dós farmacos embellecedores que inhiben el receptor 2B de serotonina en el corazón, y con ello acarrean daño valvular e hipertensión arterial pulmonar.
¡Menudo precio para vernos acaso un poco más delgados!
La comisión europea (EMA) consideró que estas dos nuevas promesas de esbeltez son tan sólo escasamente menos riesgosas que las anteriores, y que Qysmia, por ejemplo, confiere un riesgo calculado de 4.2% para sufrir arritmias.
Como bien dijo el endocrinólogo inglés Gareth Williams, acerca de la fantasía de bajar de peso con Sibutramina, cuyo uso se suspendió en Europa varios meses antes de que se prohibiera en América: “El destino de estos medicamentos nos recuerda lo poco que ofrecen las drogas anti-obesidad. A lo sumo, una reducción porcentual diminuta de la carga de sobrepeso que se lleva hasta la muerte. Con la homeostasis energética tan intrínsecamente unida a la fisiología, siempre será improbable que una bala mágica pueda apagar el apetito sin golpear algún órgano vital”.
Sería muy deseable que comunicáramos a nuestros pacientes, ajenos al sesgo comercial o a la presión pública, que bajar de peso es una tarea, comparable a cuidar una enfermedad crónica, frenar el alcoholismo o dejar de fumar, cuya recompensa es la vida, sin utopías… simplemente vivir.