Tras saborear la última cucharada del flan, M. Défaut enciende un puro y toma su carajillo con deleite. Las bocanadas de humo ascienden y se diluyen entre las vigas del restaurante que ha frecuentado durante años.
Es un hombre adusto, “sobrado de kilos” como él mismo suele decir, que conserva su sentido del humor y su glotonería a la par. Este espacio – donde los meseros y los comensales lo reconocen de inmediato – ha sido su hogar por más de dos décadas; aquí se disipa de los problemas de la oficina y toma “su segundo aire” para emprender el trabajo engorroso hasta la noche. Su mesa está siempre impecable, con una copa de vino tinto y una botella de Perrier esperándolo a la hora en punto. Habituado al orden y la constancia, ha visto pasar generaciones de camareros y cambiar la decoración tres veces; pero su sitio permanece, tanto como su apetencia y su Davidoff Grand Cru, con el que se despide ritualmente cada tarde.
Esta vez Défaut ha pedido al chófer que lo espere en la plaza. Contrario a su costumbre, el día soleado lo invita a caminar de regreso al edificio. En la esquina constata el tráfico y decide avanzar hacia la siguiente bocacalle, pero no llega lejos. Súbitamente, le falta el aire y cae de rodillas al ritmo absurdo que lo golpetea en el pecho. Las venas del cuello parecen estallar y las piernas le pesan como dos fardos inertes. En el horizonte las nubes se alejan y oye voces extrañas que se aglomeran entre sus sienes. Dos transeúntes evitan que caiga del todo, y alguien pide una ambulancia mientras se desvanece.
La insuficiencia cardíaca afecta al 3% de la población adulta, comúnmente como resultado de infartos previos, hipertensión, diabetes u obesidad. Es un trastorno difícil de controlar porque el efecto de bombeo debilita al corazón cada día, y el riesgo estimado de padecerlo recae en uno de cada 5 adultos, sólo por el hecho de envejecer presa del sedentarismo urbano.
Hace unas semanas, en el Congreso del Colegio Americano de Cardiología, el Dr. Kenneth McDonald del Hospital Saint Vincent de Dublin presentó sus hallazgos en cerca de 1400 pacientes mayores de 65 años con factores de riesgo para desarrollar fallo cardíaco. Lo llamativo de su estudio es que se basó simplemente en la medición de Péptido Natriurético tipo-B en la consulta externa de primer contacto. Con esta prueba tan sencilla, pudo detectar anticipadamente a aquellos enfermos que estaban en riesgo de padecer insuficiencia cardíaca y en quienes, tras aplicar medidas de prevención secundaria elementales (ejercicio, control de peso, manejo estricto de la hipertensión) durante 4 años de seguimiento, redujo la incidencia de infartos o eventos vasculares en 46%. Sin duda, la reducción en costos de atención médica y vidas también fue sustancial.
La moraleja es que una prueba accesible, tomada a tiempo en la consulta, puede ser esa luz que cambie el rumbo y el destino.