En la historia de la danza, hace 100 años, destaca una efeméride donde se amalgamaron las vidas de muchos actores y los destinos de un continente. Ese 1913, se estrenó el ballet “La consagración de la Primavera” con música de Igor Stravinsky y montada por el estrambótico Sergei Diaghilev, quien dotó los escenarios de la magia del Siglo XX.
Como creo que escribió Nietzsche:
“Tendré fe en Dios sólo cuando dance”
Louis-Ferdinand Céline
Un par de años antes, Diaghilev – propenso al escándalo y a matizar sus producciones con un tinte erótico – había extasiado al público parisino con su producción de Pétrouchka, en medio de una ola de calor y de tráfico que agolpaba la ciudad.
Como la vida de muchos artistas, esta obra es un drama de marionetas. Pétrouchka pierde a su amada Ballerina a manos del arrogante Moro, mientras los muñecos son manipulados por un misterioso mago. Pero lo deslumbrante de la producción rusa era la presencia de más de cien actores en escena, engalanados con vestuario y maquillaje nunca antes visto, y extraviados en el fragor de la música de Stravinsky. La gran Tamara Karsávina, que había reemplazado a Anna Pavlova como estrella de la compañía de Daghilev, destacaba en el papel principal, sensual e ingenua como la muñeca. Su contraparte era Nijinsky, amante de Diaghilev desde 1908 y, provocador como aquel, capaz de subvertir los escenarios con su voluptuosidad y sus saltos rebosantes de sensualidad y atletismo. Su trágico destino parecía entretejerse en los hilos de Pétrouchka.
El bailarín de Kiev asombraba a todos los públicos porque parecía sostenerse en el aire, pero en los ensayos previos al estreno se mostraba torpe, como si el papel de la marioneta lo envolviera en enigmas. El coreógrafo Benois describió su transformación desde la noche del estreno: “Esos ojos amenazantes, que asoman en su personaje grotesco, medio-humano y medio-muñeco”.
Recuerda esa descripción retratada con tanto tino por el psicoanálisis (das Unheimliche1) que remite a lo familiar transformado en siniestro, y que angustia por entrañar la duplicidad de fascinación y castigo. Es como si una sucesión de espejos, volcados en imágenes interminables, replicara la extrañeza de lo propio – indescifrable – proyectado en la máscara, el doble, el objeto que habla o baila, o en quien conjura la vida y la desacraliza.
Vaslav Nijinsky abandonó a Daghilev en 1913, después de coreografiar la primicia de “La consagración”, en un intento desesperado por romper las cadenas que lo ataban a su titiritero y sus crecientes exigencias.
Su última danza fue precisamente como Pétrouchka el 26 de Septiembre de 1917 y desde esa noche hasta su muerte pasó por incontables tratamientos psiquiátricos para mitigar su esquizofrenia. Una foto de 1929 lo muestra con una sonrisa opaca y la mirada esquiva, al lado de su mentor, el arrogante Daghilev, quien lo trajo para ver una presentación de ese mítico ballet, con el deseo ambivalente de restaurarle la salud mental.
El empresario murió ese año en el Grand Hôtel des Bains (inmortalizado por Visconti en su “Muerte en Venecia”), después de dejar en Munich a su último protegido, el jovencito Igor Markevitch. Sofocado por las complicaciones de su diabetes y rodeado por sus dos amantes, quienes se pelearon su amor mientras el empresario agonizaba, Diaghilev se extinguió en una tarde veraniega sobre las arenas del Lido. Nijinsky le sobrevivió – si a esa existencia errática se le puede llamar sobrevida – hasta 1950, gracias a los cuidados de Rómola Pulzksy, su esposa desde aquel fatídico 1913. En sus memorias se describe con naïveté como un payaso loco, proclive a la masturbación y a la morfina. Confiesa su bisexualidad y su afinidad por las enseñanzas religiosas de Tolstoi, su rechazo a los bolcheviques y su pasión por Rusia: “Ahora entiendo el Idiota de Dostoievsky, porque siempre me tomaron como tal”2.
El otro ballet de Stravinsky, estrenado el jueves 29 de Mayo de 1913 en el Teatro des Champs Élysées, despertó la ira del público, quizá porque auguraba la catástrofe que se cernía sobre Europa, con todo el estruendo de los cañones de Agosto3.
Referencias
1. 1. Sigmund Freud. 1919. The uncanny. Standard Edition, vol. XVII. Pp. 217 – 256. Vintage – The Hogarth Press, Londres 2001.
2. 2. Joan Acocella (editor). 1919. The diary of Vaslav Nijinsky. University of Illinois Press, Chicago 2006.
3. 3. Barbara W. Tuchman. 1962. The guns of August. Presidio Press, New York 2004.