Alejandro Mollá nos habla de lo que se conoce coloquialmente como Síndrome del Emperador: En qué consiste, cuáles son las causas y cómo se aborda desde la Unidad de Psicología del Hospital Mesa del Castillo.
En ocasiones escuchamos hablar o leemos acerca del “Síndrome del Emperador”. Aunque por el nombre se puede intuir a qué se refiere, ¿de qué se trata en realidad?
Se refiere a los niños o adolescentes con un perfil básicamente tiránico. Se puede resumir en que son exigentes, manipuladores, dominantes, desobedientes, agresivos, impulsivos, caprichosos, egoístas y mentirosos.
Este término no es una entidad clínica en sí misma. En realidad, estaríamos hablando de un subtipo de trastorno de los impulsos y la conducta en los menores del que resulta un fenómeno de maltrato de los hijos hacia los padres. Y a menudo, si no se trata a tiempo, se acaba expandiendo a otras áreas de la vida del menor, como a la académica o la social, trayendo consecuencias negativas para ellos tarde o temprano.
Existen multitud de estudios sobre la prevalencia de este trastorno, y en términos generales la mayoría apunta a una incidencia cercana al 10% de menores entre 3 y 18 años. Siendo un alto porcentaje de ellos especialmente violentos en diversas formas hacia la madre.
Aunque la causa no se conoce con exactitud, sí sabemos que el estilo de crianza está en la base de la mayoría de estos comportamientos. La ausencia de límites, la concesión excesiva de beneficios, o una hiperprotección, son algunas de las causas de este tipo de cuadros.
Está claro que la genética puede predisponer, pero lo que marca el camino es la educación que reciba el menor. Y por supuesto, ser víctima o incluso testigo de malos tratos se asocia con una probabilidad mayor de desarrollar estas conductas.
Con entrenamiento parental se puede ajustar el estilo de crianza y comunicación evitando los patrones de sobrecastigo, que pueden con mucha probabilidad reforzar las conductas negativas y respuestas agresivas.
En consulta encontramos habitualmente casos de menores que no han tenido límites y, al empeorar su conducta, se les somete a un intento de disciplina basada en el castigo que ya no va a funcionar. Ayudamos a los padres a tener herramientas eficaces para reconducir esta situación.
Por otro lado, hemos de explorar la presencia o no de otros diagnósticos en el menor como depresión, psicosis infantil, consumo de tóxicos, etc. Una vez descartado, hay que trabajar con él para atender a su gestión emocional, su forma de resolver problemas, mejorar sus habilidades sociales y enseñar un estilo de interacción con el mundo basado en el respeto y la toma de decisiones eficaces.
Un niño con este perfil nunca es feliz. Por esto necesitamos que aprenda a tolerar y manejar la frustración. Hemos de recordar con frecuencia a los padres que los cambios que hagamos no serán contra el menor, sino por el menor. Así que la autorregulación emocional de los padres también habrá que trabajarla, de manera que el niño no perciba venganza o incluso desprecio por parte de ellos.
Además, si queremos que se regulen emocionalmente, primero tendremos que hacerlo nosotros delante de ellos. Perder los nervios, explotar o incluso tener miedo, son patrones que sin duda imitarán.
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