La lucha consiste en en vaciar espacios, dejar al invisible enemigo que se muera de inanición, sin portadores que lo sigan propagando. Pero que esta imagen fantasmal no nos lleve a engaño, no estamos escondidos, estamos luchando con inteligencia.
A estas alturas de la pandemia todos hemos perdido o conocemos a alguien que ha perdido un ser querido a causa del virus SARS-CoV-2 que asola el planeta.
España está entre los países más golpeados, es vertiginoso no saber cuándo puede terminar esta pesadilla. Y después qué. La incertidumbre económica nos espera a la vuelta de la esquina, una pandemia de precariedad. Pero cada problema a su momento, que ahora estamos en mitad de la tormenta y toca mantenerse a flote.
La vida nos ha cambiado a todos radicalmente. En este pequeño hospital también estamos viviendo los estragos de la pandemia. Muchos nos hemos visto recluidos a nuestras casas, desde donde con impotencia vemos cómo nuestros compañeros sanitarios se han convertido en la primera línea de defensa de esta guerra contra la COVID-19.
En muchos casos, esta impotencia se ha convertido en productividad y ya son varios los talleres de confección de mascarillas y prendas de aislamiento que se han improvisado en las casas, alrededor de mesas de camilla, quién lo iba a decir.
Después de más de setenta años de ajetreo diario, estos días el hospital, como la calle, es un lugar casi vacío. La lucha consiste en eso, en vaciar espacios, dejar al invisible enemigo que se muera de inanición, sin portadores que lo sigan propagando.
Pero que esta imagen fantasmal no nos lleve a engaño, no estamos escondidos, estamos luchando con inteligencia. Estamos bien protegidos cuidando a nuestros pacientes, los que tienen coronavirus y los que no.
Estamos montando pantallas de protección que el marido de una compañera nos ha hecho con su impresora 3D. Algunos han alquilado casa para no tener contacto con su familia, descansan en una especie de trinchera.
Estamos guardando las distancias entre unos y otros, pero nos sonreímos a través de las mascarillas y los cristales, y con eso basta para entender que somos una familia unida y que esta misión nos hará más fuertes como equipo.
Tenemos la mente puesta en nuestros compañeros del resto de hospitales. Empatizamos con quienes sabemos que están viviendo esta emergencia de la misma forma o incluso con más intensidad. También con quienes se quedan en casa resistiendo los embates invisibles, con los niños que diligentemente cumplen con su misión, con los abuelos solitarios.
Todos estamos conectados por una red invisible que estos días nos une con más fuerza que cualquier abrazo.
Mucho ánimo y paciencia. Y cuídense.