Pasadas las once de la noche, Susana lo escudriña con molestia. Desea charlar, contarle que ha sido un día difícil: los niños, la ayuda doméstica, un desencuentro con su madre y la volatilidad de los precios en el comercio.

Entre automatismos de reojo, él mantiene la mirada fija en el televisor, abstraído en uno de tantos deportes que le arrebatan la conciencia. De tanto en cuanto asiente y pronuncia un monosílabo, con voz gutural, sin prestarle mucha atención.

Ella insiste. – Te habrás dado cuenta que el pórtico está averiado, hablé con el carpintero y me hizo un presupuesto. No sé si alcance con los gastos que he tenido que distribuir para las compras semanales y el ahorro para vacaciones.

Umm – obtiene por respuesta, mientras las imágenes parpadean y Braulio, sin desviar la vista, mastica patatas sacadas a puños ante el ruido incómodo de la bolsa de plástico y los comentarios del partido en turno.

Exasperada, le grita, azota la puerta y se va a organizar los enseres del día siguiente, mientras se refugia en los “chats” con distintas amigas, maniatada a su fiel Smartphone.

La escena que describo, tan frecuente, es reflejo no sólo de la incomunicación a la que nos someten los medios electrónicos que invaden nuestra cotidianidad, sino de esa abismal diferencia de intereses que – una y otra vez – tratamos de conciliar entre géneros.

Braulio argumentaría que necesita disiparse, que las horas del trabajo, abrumador y reiterativo de suyo, le dejan una sensación de hastío. Que bloquear la mente y ahuyentarse de la realidad es un recurso poderoso para seguir tirando la carreta.

Susana, por el contrario, diría con razón que es la única hora del día en que pueden intercambiar ideas, expresar frustraciones y alcanzar consensos respecto de las exigencias de familia.

Hacia la madrugada, prestos a dormir dándose la espalda, se miran como extraños, insatisfechos y preguntándose por qué son de naturaleza tan diferente.

Al margen de revisar estos rasgos metapsicológicos en otra carta, la escena nos remite a un estudio, recientemente publicado en el Proceedings of the National Academy of Sciences que apunta a que las conexiones intracerebrales de mujeres y hombres son peculiares y atañen a las destrezas que cada género desarrolla con interés creciente a lo largo de la vida.

Lo vemos en la práctica, pero lo asumimos como políticamente incorrecto, en aras de buscar un equilibrio que se rompió -metáfora por delante – cuando Eva, presa de su curiosidad, atrajo la ingenuidad de Adán, quien contaba distraído las especies que por aquel entonces rondaban el Edén.

Aquí la noticia para su deleite.

  Dr. Alberto A. Palacios Boix