Curiosa la soledad y la sensación de abandono que se vive, al borde de la muerte, en las Unidades de Terapia Intensiva.

Hemos desarrollado técnicas para mantener alerta y ubicados en tiempo a los pacientes, las puertas se han abierto con horarios restringidos empero permisivos, y nos comunicamos con más candor en medio de esa tenaz incertidumbre. Pero nada cobija del todo el desamparo que inunda cada minuto, cada hora interminable de quien sucumbe bajo tubos, drenajes y monitores tintineantes.

Aún hinchado por las cicatrices, emaciado y con la mirada anhelante de quien regresa de ultratumba, Julio me relata que “se sintió abandonado”.

– Eso ha causado problemas conyugales – añade.

Su esposa me mira desconcertada: ella y yo sabemos que pasó noches sin pegar ojo en la incomodidad de la sala de espera, esperando por las frugales visitas, indagando con ansiedad su evolución diaria y confraternizando con los otros sufrientes; los pocos que se iban jubilosos a una habitación “normal”, o aquellos que perdían la batalla y se esfumaban para siempre en el anonimato.

Pero también resulta comprensible que Julio se hundiera en las horas muertas, aferrado a su pulso y al ritmo de su respiración mecanizada, con la única esperanza de ver por un instante a su esposa. Sin poder hablar, asfixiado por un tubo permanente y limitado a reconocerla entre parpadeos y manipulaciones de extraños. Los cuidados de enfermería se convierten así en la ternura que se añora y las reiteradas muestras de alivio – cuando por fin se ancla en la vigilia – resultan huecas por su intrascendencia.

– No sé si sea usted creyente, doctor, pero tuve una visión que me ayudó a regresar de ese infierno.

Me cuenta que deambulaba entre nubes, la hora incierta, y que percibió a un extraño bajo una túnica blanca que pasó al lado de su lecho y le rozó apenas los dedos tumefactos. En esa desolación, el personaje sonrió y cree que le deparó un guiño. Sintió que levitaba y un inmenso bienestar lo sobrecogió.

-De ahí en adelante, doctor, todo fue recuperación.

Lo dice con brío, una luz ilumina su faz y se le perlan los ojos. Alucinación o experiencia mística, importa poco cómo se interprete.

Julio está de vuelta, con sus atavismos y achaques, haciendo esfuerzos y amoldando su temperamento a una nueva existencia, donde la piel inédita y los balbuceos de su nieta ofrecen ese horizonte que creía perdido.

Dr. Alberto A. Palacios Boix