Para Kraus, con afecto

En este lecho de hospital, el recuerdo de su madre se agudiza. Alguna vez le cantó en su idioma natal, y ella supone que la facilidad con la que se comunica ahora con estas enfermeras, toscas y exactas en su trato, también puede agradecérsele aunque no la escuche. Quizá el dolor se va mitigando poco a poco, mientras pasa sus manos en una tímida caricia sobre su vientre.

Está sola en este cuarto en penumbra y apenas define el ronroneo de los autos a la distancia. Ha sido un día intenso de visitas, que no pudo rechazar por cortesía o pereza, qué más da. El suero cae en silenciosas gotas que penetran, también calladas, en su vena rubicunda e inerte. No hay paz en este sitio – medita – pero al menos se sienta acogida por la higiene y el esmero. Pese a su divorcio, no faltan los amigos, aunque a veces sospecha que se conducen más por lástima que solidaridad. Carmen es su confidente, pero hoy tiene que cuidar a los niños; otra desterrada de la leyenda conyugal.

Acude nítido a la memoria aquel ritual donde ella, sentada en una silla bajita, la observa mientras se acicala para el trabajo. El toque preciso de labial, la elección del rubor y ante todo, sus guiños desde el espejo, en divertida complicidad. Después, la acoge dulcemente y, colgando de su regazo, la peina sin prisa, con largas pinceladas que son mimos.

Estrenar un vestido bajo su mirada aprobatoria era debutar en el mundo, ufana y sin competencia.

¿Cuántas veces el alivio se invocaba tan sólo verla entrar con el jarabe flanqueado por el te y la magdalena humeantes?

Eso le queda de ella: sensualidad, un semblante difuso, su perfume en oleadas y la disposición de vivir, que no ceja.

Sabemos que el legado materno, que precede a la impronta de sentimientos e identificaciones, discurre por la placenta en forma de anticuerpos. Tanto es el mensaje prístino de inmunidad, que estamos protegidos de incontables infecciones hasta que las vacunas nos refuerzan la memoria linfocitaria. Aparte del epifenómeno, no se había descrito que ese influjo de defensas modulara también la microbiota intestinal al grado de proveer un pertrecho molecular hasta la vida adulta. Un estudio publicado recientemente en PNAS demuestra que la transferencia pasiva de anticuerpos confiere un microambiente protector más allá de la lactancia, y tanto el tejido linfoide como los gérmenes que nos parasitan se benefician de esa primera infusión.

Podría decirse que el mensaje de mamá perdura. Metáfora o transfusión, su cuerpo en el nuestro es dote y algo de destino.

  Dr. Alberto A. Palacios Boix