Intentamos imitar ese modelo que teníamos antes del confinamiento por una cuestión de culpa. Eso que nos estaba agotando. Esa es la señal de que nos tenía alienados. Entonces viene la frustración. Y no tolerar la frustración es trágico para el ser humano. La seguridad es una ilusión, y la vida se compone fundamentalmente de incertidumbre y desequilibrio.

En las últimas semanas, vemos cómo ha habido un aumento de la incidencia de cuadros de ansiedad y trastornos del sueño. La mayoría fruto de la inactividad, el aburrimiento, el sentimiento de falta de libertad o la incertidumbre respecto al futuro.

Para frenar esto, hemos de analizar de dónde venimos y cómo eso influye en nuestra situación actual. Venimos de la sociedad del rendimiento, de la autoexplotación, del logro y del cansancio. Venimos de un modelo que hemos ido construyendo sobre unos cimientos insanos. Tal vez es un buen momento para ponerlo en cuestión.

En la selva, el animal que ha comido y bebido, dormita debajo de un árbol. Poco más puede hacer. El aburrimiento, normalmente, se produce en ausencia de problemas o peligros inmediatos. Y es ahí cuando hemos de saber que no pasa nada por aburrirse. Aprender a aburrirse, a hacer algo sin intensidad, a dejar el cuerpo y la mente dejarse llevar sin presión alguna, es un excelente seguro de salud mental.

La oportunidad de aprender a tolerar la frustración

Intentamos imitar ese modelo que teníamos antes del confinamiento. Eso que nos estaba agotando, y de lo que deseábamos huir, ahora lo echamos de menos por una cuestión de culpa. Esa es la señal de que nos tenía alienados. Entonces viene la frustración. Y no tolerar la frustración no es que sea malo, es trágico para el ser humano. La seguridad es una ilusión, y la vida se compone fundamentalmente de incertidumbre y desequilibrio.

También contribuye mucho al malestar lanzar información contradictoria que enrarece nuestras relaciones con los demás. Vemos cómo en las redes sociales se emiten mensajes de odio con lenguaje despectivo e incluso violento, y por otro lado esas mismas personas manifiestan deseos de amor al prójimo, de abrazar, de solidaridad, etc, generando contradicciones e inconsistencias en su propia manera de ver el mundo.

Si queremos cambiar el mundo, empecemos por ocuparnos de las personas que están confinadas con nosotros o tengamos cerca. Seamos amables, ayudemos, preguntemos si podemos hacer algo por ellos. Si la norma es esa, estaremos en una sociedad cimentada en la cooperación. Es cierto que lo estamos viendo en grandes corporaciones, pequeños negocios, etc, pero practiquémoslo también en el trato personal.

De hecho, los casos de generosidad entre particulares, sin repercusión mediática, son un gran alivio para el receptor.  Pregúntate con honestidad, incluso si eres de los que reciben ayuda, ¿a quién he ayudado yo durante esta etapa? Probablemente mucha gente tenga respuesta rápida, pero mucha otra no. Ayudar nos hace grandes, y exigir de más nos degrada como personas. Encontremos el equilibrio.