Desde hace años se sabe que la hipertensión arterial es un problema de salud de primer orden, tanto por el número de afectados como por las consecuencias que tiene para la salud su falta de control: infarto de miocardio, ictus, insuficiencia renal… Se estima que en el mundo hay 1000 millones de hipertensos.

Para controlar la tensión afortunadamente disponemos de muchas armas: farmacológicas y de estilo de vida. Aparte del ejercicio y el control sobre el peso, principalmente se incide en la reducción de sal en la dieta.

Dependiendo de la cultura y de los países, el consumo diario de sal varía. En general se consumen entre 3 y 6 gramos de sodio al día, que equivalen a 7.5-15 gramos de sal. Si tenemos en cuenta que las recomendaciones son de un consumo máximo diario de 1.5-2.4 gramos de sodio, podemos comprobar que existe una brecha notable entre el consumo real y las recomendaciones. Alcanzar el objetivo de consumo de sodio supondría un cambio sustancial en la dieta.

Por otra parte, aunque está bien establecida la utilidad de la dieta pobre en sal en el tratamiento de la hipertensión, no lo está tanto el valor de una dieta baja en sal como prevención de la aparición de hipertensión, o si esta dieta disminuye la mortalidad cardiovascular. Es más, algunos estudios han mostrado un efecto negativo sobre la mortalidad de las dietas bajas en sal. Por tanto, podemos comprobar que la relación entre sodio, hipertensión y mortalidad es compleja.

Para intentar aportar más luz al problema de la sal, hipertensión y mortalidad; recientemente se han publicado tres estudios en la prestigiosa revista médica New England of Journal of Medicine. El primero de ellos estudió a más de 100.000 pacientes de 17 países distintos, y se centró en la relación entre consumo de sodio y potasio, e hipertensión. Llama la atención que el 90% de los participantes tenían un consumo moderado o alto de sodio, lo que significa que somos poco cumplidores de las recomendaciones de ingesta diaria de sal.

Curiosamente el estudio no detectó que los pacientes que consumían dietas bajas en sodio tuvieran niveles más bajos de tensión arterial. Además, en cuanto a la mortalidad, era mejor el consumo moderado de sodio, puesto que la mortalidad era mayor en los que consumían dietas con poco o mucho sodio. Por su parte, el último estudio mostró que sí existía una relación directa entre consumo de sal y un aumento de la mortalidad. A más consumo de sal, mayor mortalidad.

En conclusión, podemos decir que está claro el efecto beneficioso de la dieta baja en sal en paciente ya hipertensos, pero que no está tan claro si esa misma dieta tiene el mismo efecto para prevenir hipertensión y muerte de origen cardiovascular. Probablemente haya que aplicar el dicho de que ni mucha ni poca sal: ¡en el medio está la virtud!

Dr. Rafael Florenciano Sánchez
Cardiólogo